En la casa, en el vecindario, en las calles, en el
trabajo, por doquier, todos debiésemos ser constructores de ambientes
armónicos. Convertirnos en sembradores de semillas de sensatez, justeza
y paz.
La clave para lograr que las relaciones
interpersonales se desenvuelvan de manera cordial o con un nivel de
aceptabilidad, estriba en la anuencia de cada
humano, a poner de su parte para auto-propiciarse y propiciar a su
semejante bienestar psicológico.
Una sabia sentencia, cuya autoría desconozco,
advierte que si bien, es importante “lo que se dice” y “lo
que se hace”, tanto más lo es: cómo se dice y cómo se hace. Y, una
herramienta excelente para guiarnos, es sin lugar a dudas, meditar/preguntarnos
en nuestro interior: de qué manera nos gustaría que me dijesen o hiciesen lo
que le voy a expresar o voy a hacer a la(s) otra(s) persona(s).
En otras palabras, basarnos o inspirarnos en lo que
llaman la “regla de oro”: tratar al semejante como nos gustaría que nos
tratasen, o no hacer a otro lo que no nos gustaría que nos hiciesen.
Es necesario contravenir, revertir la tendencia
imprimirle el sello de expiración a los mejores valores, los buenos modales, la
decencia. Corregir el rumbo impuesto y promovido por ciertos sectores de las
sociedades en el mundo, que, con fines
no confesados, convirtieron en “moda” o señal de “modernismo” el
irrespeto, la indecencia, el juega vivo y las actividades delictivas en sus
distintas formas.
Volver al verdadero amor y la amistad. A la paz
basada en el respeto mutuo. Renunciar a actitudes y prácticas que están a “la
orden del día” tales como: altivez, prepotencia, arrogancia, celos
profesionales (o de otro género), indiferencia, insensibilidad, murmullos
(infundados o no), campañas de desprestigio o denigración, intolerancia,
incomprensión, ausencia de actitud empática, frescura y/o irresponsabilidad
respecto a la laboriosidad deseable o aceptable.
El libro de máxima sabiduría (en Efesios 4 /22…) nos
llama a vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad
de la verdad. A desechar la mentira, y a hablar verdad cada uno con su
prójimo…A que cuando nos airemos, no pequemos; no se ponga el sol sobre nuestro
enojo, ni demos lugar al diablo.
Para que, el que hurtaba, no hurte más, sino
trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir
con el que padece necesidad. Que ninguna palabra corrompida salga de su boca,
sino la que sea buena para la edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. A
no contristar al Espíritu Santo de Dios.
Para que quitemos de nosotros toda amargura, enojo,
ira, gritería, maledicencia, y toda malicia.
A ser benignos y misericordiosos unos con otros. A
que nos perdonemos unos a otros, como Dios nos perdonó a nosotros en
Cristo.