En la noche de hoy la Universidad de Panamá, como lo ha estado haciendo casi desde su fundación, entrega a la Nación panameña, luego de haber concluido exitosamente sus estudios superiores, un número importante de profesionales en diferentes ramas del saber y el conocimiento, prestos a sumarse a la obra colectiva de edificar un país más próspero y moderno, pero principalmente, más incluyente y equitativo para todos los panameños.
Naturalmente que hoy se coronan todos los esfuerzos que durante años realizaron ustedes y sus familiares, para estar precisamente presentes en un día como el de hoy. El camino no ha sido fácil y seguramente no siempre se tuvo la plena confianza, que su aspiración final sería alcanzada. Pero sin duda alguna, la presencia de todos ustedes aquí recibiéndose como nuevos profesionales, demuestra que venció el optimismo, la tenacidad, el empeño y la consagración al estudio fecundo. Por ello, he de felicitarnos en representación de nuestra Primera Casa de Estudios Superiores, por tan significativo e invaluable logro.
Sin embargo, al margen de la inmensa alegría que los invade en estos instantes y que resulta absolutamente justificable, siempre será prudente que no olviden que su formación académica, cultural e intelectual, no termina aquí. El mundo actual y la vida misma, les van a exigir perfeccionarse y actualizarse con regularidad creciente, si aspiran verdaderamente a aprovechar las oportunidades que el competitivo e inflexible mercado laboral, que se ha venido gestando en los últimos años, les antepone. Eso demandará de ustedes, sin duda, mucho sacrificio, pero deberá ser motivo también de muchas satisfacciones personales y profesionales.
Ciertamente la educación es un instrumento de emancipación y de transformación innegable, y aunque por sí misma no es suficiente para superar las desigualdades sociales y económicas prevalecientes en nuestra sociedad, ella es un puntal decisivo a la hora de contrarrestarlas, prevenirlas o superarlas. Pero obviamente no me refiero a esa educación que funda su utilidad y valor, si responde exclusivamente a las demandas empresariales y mercantiles; descuidando con absoluto desprecio, la imprescindible formación integral del ser humano. Para los que vivimos por y para la universidad y no somos deslumbrados tan fácilmente por un discurso transnacional, donde la enseñanza superior sólo puede ser concebida como un negocio capitalista más, nos rehusamos a ceder en la defensa permanente de la educación superior pública como derecho social, como forjadora de un humanismo emancipador y como un espacio esencial en la construcción de la cultura e identidad nacionales.
No hay duda que desde hace algún tiempo las universidades públicas perdieron el monopolio que ejercían en la enseñanza superior. Con el advenimiento de la privatización en este sector, la enseñanza pasó de ser considerada únicamente bien público, a ser una mercancía como cualquier otra, sometida naturalmente a la lógica implacable del mercado, donde lo que realmente importa no es el compromiso o el apostolado, sino las ganancias y la rentabilidad de las empresas. Este proceso de mercantilización de la enseñanza superior que cuenta con influyentes y poderosos defensores, son los responsables de que a nivel mediático, el modelo ideal de universidades que parece convenir a nuestra sociedad, sean las que se rigen únicamente por criterios cuantitativos de supuesta “eficiencia” y “calidad”, es decir, las llamadas universidades “garajes”, algunas descubiertas recientemente, por el Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria de Panamá.
En ese contexto, las universidades públicas y principalmente nuestra universidad, carga con cuestionamientos injustos, superficiales y hasta temerarios, dirigidos en gran medida, a descalificarla o hacerla renunciar a su misión de brindar educación, a los sectores más vulnerables de nuestro país. Por eso es frecuente que en los principales medios de comunicación, se tienda a ocultar o ignorar su intensa producción cultural, sus logros investigativos, sus vínculos e interrelaciones crecientes con las comunidades y el resto de la sociedad. Se opta, en un exceso de simplificación inaudita y de no poca argumentación sospechosa, culparla del desempleo de muchos de sus titulados o de la falta de respuesta a las demandas mercantiles directas.
Quisiera para ir terminando, hacer algunas reflexiones finales.
No hay duda alguna que el mundo tal como está siendo levantado no es ni ética ni ecológicamente sostenible. Las injusticias y desigualdades tan lacerantes que existen, confrontan diariamente nuestra noción sobre el ámbito que realmente alcanza a todo lo que hemos concebido como humano y nos aproximamos peligrosamente a un estado de deshumanización sin precedentes en la historia. Ya en el Informe de la Comisión sobre Educación de la UNESCO de 1996, más conocido como el Informe Delors, se nos revelaban datos tan dramáticos como injustificables. Allí, aprovechando a Javier Gorostiaga en la “Civilización de la Copa de Champagne” se afirma que:
“EEUU utiliza el 25% de los recursos mundiales cuando sólo tiene el 5% de la población mundial.
Los 225 individuos más ricos del mundo, de los cuales 60 son norteamericanos, tienen una riqueza combinada de más de mil billones de dólares, igual que el monto de los ingresos anuales del 47% de la población más pobre del mundo entero.
Las 3 personas más ricas en el mundo tienen más riqueza que el producto bruto combinado de los 48 países más pobres”
Estas realidades que siguen identificando al mundo de comienzos del siglo XXI, tienen también su expresión concreta en países como el nuestro. Aquí la pobreza y las desigualdades sociales han venido siendo construidas, por un sector minoritario de la población que se resiste a compartir la riqueza producida por todos. Por eso la importancia decisiva que tiene la educación, principalmente la educación superior, en la formación de profesionales capaces de participar activamente en la transformación de un modelo de economía y sociedad, que se sustente en los más altos valores del espíritu humano y no en la avaricia, el egoísmo y la insolidaridad. Al respecto se afirma en la Declaración Final de la Conferencia Mundial de Educación Superior, realizada en julio del 2009 en la sede de la UNESCO, en París, Francia: “la educación superior no sólo debe proveer de competencias sólidas al mundo presente y futuro, sino contribuir a la educación de ciudadanos éticos, comprometidos con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia”
Hoy ustedes asumen un compromiso irrenunciable para con su país y su Universidad. Vuestros éxitos en sus carreras profesionales, no podrán ser medidos exclusivamente por la cantidad de bienes materiales que puedan acumular. Ellos dependerán además, de los aportes que a lo largo de sus vidas hagan en beneficio de toda la colectividad. Sólo así y únicamente así, cobrará sentido y significado la verdadera razón de existir de la especie humana.
Es muy común que se considere que todas las despedidas son tristes. Es muy posible que una graduación sea percibida de esa manera. Hoy culminan una etapa importantísima en sus vidas, que no tiene por qué significar la ruptura de sus vínculos con su Universidad y mucho menos con sus compañeros. Manténganse unidos, solidarios y tolerantes. Apelen siempre al diálogo y a la negociación para solucionar problemas y conflictos. El país y esta sociedad están necesitados y urgidos de ello. Felicidades a todos por el éxito que hoy ven coronado con el recibimiento de sus correspondientes diplomas.
MUCHAS GRACIAS
Fecha: jueves 12 de junio de 2011
Ing. ELDIS BARNES MOLINAR
Vicerrector
Asuntos Estudiantiles
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