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martes, 3 de abril de 2012

LA IMPORTANCIA DE LA INVESTIGACION CIENTIFICA EN LA AGRICULTURA



Por: Ing. Agr. Pedro Rivera Ramos                                                                  
Los orígenes de la pasión o inclinación humana por escudriñar el principio y causa de las cosas en la Naturaleza, están estrechamente relacionados con la búsqueda del conocimiento y la explicación, no siempre racional, de los fenómenos asombrosos e incomprensibles que atemorizaron a los primeros hombres que vivieron sobre la Tierra. Naturalmente que las primeras observaciones debieron ser arbitrarias y carecer, por supuesto, de metodologías o sistemas, concentrándose en la acción de las enigmáticas fuerzas que lo asustaban: truenos, relámpagos, terremotos, frío, calor o lluvia. No obstante, con el desarrollo de la inclinación investigativa en el género humano se afianza, de modo indeleble e irreversible nuestras profundas diferencias con aquellos monos antropomorfos que "decidieron", un día, partir a vivir en las extensas llanuras de árboles escasos que los desafiaban.

La investigación científica es uno de los motores principales con que cuentan las Naciones para promover el desarrollo económico y el progreso social de sus pueblos. Sin embargo, estos objetivos sólo logran alcanzarse cuando la actividad científica descansa en planes y programas bien articulados, que consideren por una parte, la realidad del país y las necesidades apremiantes de sus sectores productivos y, por la otra, la generación de una tecnología adaptada a sus particularidades socio-  económicas y ambientales como culminación de un aprovechamiento eficiente de sus  recursos ; el incremento del número y productividad de sus investigadores y técnicos ; la exaltación del aporte positivo de sus investigaciones en la solución de problemas y el tan necesario reconocimiento (moral y/o monetario) a su dedicación, esfuerzos y resultados.

De igual forma se requiere un examen o evaluación rigurosa, objetiva e imparcial del conocimiento científico y de la tecnología foránea que importamos, como requisito sine qua non para desarrollar una capacidad propia que nos permita no sólo adaptarla y absorberla con eficacia y utilidad prolongada, sino que además, promueva nuestra imaginación investigativa; no afecte la creación de nuestra capacidad interna   y   lo   que   es   más    importante:   no   engendre   relaciones    de subordinación y dependencia extrema que al herir mortalmente la creación científica nos aparte, aún más, del camino del desarrollo.
                  
La creación e investigación científica tiene una relación directa con la vida económica de un país y constituye una de sus mayores y mejores  inversiones  estratégicas. Sin embargo,  convencer  a   los  gobiernos y a los sectores políticos de que el impulso a dicha manifestación genera  beneficios directos e indirectos (empleos, rentas, etc.) y que hoy más que nunca se entrelazan estrechamente la ciencia, la tecnología y el crecimiento y desarrollo económico y social de una Nación, representa, sin lugar a dudas, la tarea más compleja que aguarda se despliegue por los trabajadores científicos nacionales con la suficiente perseverancia, difusión y amplitud que tal misión exige.  En este sentido, los científicos locales debiesen examinar la experiencia mundial y su premisa más importante : la pobreza de nuestros pueblos está asociada en grado considerable con la ausencia de una capacidad científica propia en sus países, sin importar cuán ricos sean en recursos naturales y, que el desarrollo de las naciones más industrializadas del planeta se explica mayormente por el impulso oportuno a sistemas masivos de educación y no por el trabajo que desempeñaran un grupo pequeño de sus más prestigiosos científicos.

Aunado a ello, se requiere la actividad permanente de auténticos líderes científicos que, armados de un pensamiento integral de la ciencia, la cultura  y la tecnología y de un conocimiento cabal de la política en su ejercicio decoroso y noble, promuevan y consigan un incremento sustancial y consistente que alcance la cifra mínima del 1 % en el porcentaje del Producto Interno Bruto que se invierte en investigación y desarrollo;  participen decisivamente en el diseño de políticas de desarrollo que incorporen un genuino esfuerzo de investigación y progreso técnico ; desplieguen todas las acciones posibles para  dotar de más recursos a la educación y particularmente a la formación científica en todos los niveles  e impulsar, la formación de masas críticas de investigadores como el mecanismo más eficaz  para producir resultados concluyentes e integrales.

Se trata, en síntesis, de que el científico aproveche los recursos que proporciona la política y su innegable papel en las decisiones de la sociedad, para influir de forma positiva en su ambiente y quehacer investigativo; alzándose como protagonista principal de las transformaciones   en   la   esfera   científica   y   sin  que  su  forzosa,  pero

imprescindible incursión en el terreno político ocasione el abandono de  sus inclinaciones científicas o la transmutación de las mismas en el templo inconmensurable de la política.

Indiscutiblemente que la agricultura constituye una de las actividades productivas que mejor revelan, no sólo el surgimiento de la civilización humana, sino de su avance y desarrollo. Su impacto y trascendencia es de tal magnitud que en un Informe Alimentario Mundial de la FAO se asegura que para el año 2010 seremos casi 3,000 millones de personas las que dependeremos de la agricultura para el sustento diario. Semejante predicción puede servirnos por sí sola de suficiente argumentación para destacar el valor y la importancia de las investigaciones científicas en la agricultura.

La investigación agrícola como actividad organizada tiene su origen a finales del siglo XVIII en Alemania con la Creación de las Casas de la Agricultura, instituciones que comenzaron su funcionamiento con fondos enteramente privados. Tuvo que transcurrir más de medio siglo después, para que los Estados pasaran a desempeñar un papel más activo en la investigación de la agricultura y, que sólo fuera antes de la segunda guerra mundial, para que en los países en vías de desarrollo se sentaran los fundamentos de la investigación de base científica.

Es muy usual que en el marco del esfuerzo global de una Nación por la investigación científica, la investigación agrícola resulta la menos favorecida pese a sus beneficios potenciales y a su indiscutible papel en el incremento de la productividad de la agricultura. Esta situación se agrava en países que, como el nuestro, tienen desde hace algún tiempo, una estructura de investigación agropecuaria casi monopólica y concentrada en el sector estatal,  a la que ahora hay que incorporar la crisis económica que ha disminuido el financiamiento público y el desafío de responder a los nuevos escenarios mundiales que vienen caracterizados por globalización y apertura económica; énfasis en biotecnología agropecuaria y sostenibilidad; investigaciones con inclinación excesiva a los intereses de los donantes y la existencia de un mayor control privado sobre  las informaciones científicas que resultan relevantes en el campo agrícola.

Y es precisamente en este contexto  que  la importancia de la investigación científica en la  agricultura crece   e   impone,  que   tanto   las   organizaciones   de   investigación, los investigadores,  sus líderes y el Estado, definan con claridad meridiana los programas de investigación nacional y su orientación principal, sus prioridades, gastos de financiamiento, estímulos a los investigadores, mejoramiento de la infraestructura y otros temas que se tornan ineludibles, si pretendemos realmente cosechar notables y reconocidos avances.

El mejoramiento científico de la agricultura panameña conlleva, sin dudas, el detectar con realismo y pasmosa objetividad todas las fallas, deficiencias, dificultades y problemas que inciden de modo negativo en su desenvolvimiento y ulterior desarrollo. Se precisa examinar con sentido crítico los efectos perniciosos que  sobre la investigación en la agricultura han tenido y tienen,  fenómenos que atañen directamente al recurso humano, a la estructura y funcionamiento de las entidades de investigación y a su capacidad material y financiera. En esa dirección debiésemos simplificar, flexibilizar y desburocratizar el sistema tradicional de aprobación de investigaciones, revisando a su vez,  lo inoportuno que resulta en la actualidad que un porcentaje importante de profesionales con grados de maestría y doctorado estén dedicados estrictamente a labores administrativas y/o docentes. De igual forma resulta crucial valorar el impacto real que tiene la adquisición de equipos sofisticados o de punta, que no en pocas ocasiones tienen poca o escasa utilidad, como consecuencia de debilidades en la capacitación, mantenimiento nulo o a destiempo, falta de repuestos, limitados beneficios pese al disfrute de considerables recursos humanos y financieros, o todos estos factores presentes a la vez.

La investigación científica en la agricultura panameña exige de modo impostergable que se establezcan en unos casos, o subsane o mejore en otros, los procedimientos para brindarle un seguimiento eficaz y permanente a los proyectos y programas de investigación, a la reducción del tiempo entre el fenómeno investigado con la difusión y aplicación de sus resultados o recomendaciones y que a su vez, este "producto" entregado a los agricultores, retorne al laboratorio o al centro de investigación para revisarlo o mejorarlo. En los próximos años, si efectivamente pretendemos dar un salto cualitativo importante en el campo de las investigaciones agropecuarias, debemos combatir algunas actitudes cientificistas que aún subyacen,  afortunadamente, en la mentalidad de unos pocos y,  poner fin a la ambición, bien intencionada pero perjudicial, que muestran  algunos  investigadores y unidades de investigación de pretender abarcar un número excesivo de temas y aspectos de la agricultura, en detrimento de los limitados recursos financieros y de la necesidad de ofrecer oportunamente resultados concluyentes.

Igualmente se deberá definir con suficiente claridad y no como respuesta a coyunturas pasajeras y muchas veces hasta riesgosas, los cultivos, especies ganaderas, temas y aspectos que prometan los mayores potenciales para la agricultura y, al mismo tiempo, promover las condiciones mínimas, no sólo para mejorar las coordinaciones internas en las estaciones y centros experimentales, sino las externas que permitan de manera efectiva y sin egoísmos y celos injustificables, compartir informaciones e instalaciones entre las unidades de investigación existentes. En este escenario, el Estado podrá contribuir principalmente con el establecimiento de salarios competitivos y estimulantes para los investigadores; fomentar los ascensos en correspondencia a los méritos y logros del personal; desarrollar una política permanente y efectiva de capacitación de todo el recurso humano dedicado a la investigación; fortalecer las bibliotecas y centros de documentación especializados con que se cuente, o crearlos donde no existan; dotar a las entidades de investigación de recursos económicos, personal y equipos suficientes para tener la autoridad moral de exigir los resultados correspondientes; disminuir, por un lado, los cambios frecuentes en el aparato de dirección de las entidades investigativas y por la otra, estimular el traslado y la dedicación del personal altamente calificado existente a las labores de investigación.

La investigación agrícola presente y futura no podrá soslayar, de ningún modo, la necesidad de fundamentarse en la sostenibilidad y en la urgente incorporación de estudios sobre controles biológicos, técnicas agroecológicas, alternativas a la biotecnología moderna que se ajusten a nuestras particularidades y necesidades y la conversión, por medios biológicos, de la biomasa abundante en productos útiles y necesarios para la economía y la sociedad panameña.

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