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jueves, 10 de septiembre de 2015


   “Sembrar cantidades de árboles  que se puedan atender con calidad y según los recursos disponibles;  asegurarse de contar con el personal necesario, al menos, los primeros 5 a 8 años; vincular, en las tareas de mantenimiento y cuidado de las áreas reforestadas, a los residentes de comunidades cercanas a las hectáreas sembradas; tomar medidas claves a favor del adecuado y efectivo  mantenimiento y cuidado de las áreas reforestadas (salario digno, vivero de plantones próximo al área del programa, supervisión permanente); crear una empresa nacional de reforestación que vincule directamente a las comunidades de las áreas degradadas o necesitadas de recuperación”.

                                                  Rivera Ramos






                                                                                         








                                                             


                                        







                                                                      


Si analizamos minuciosa y profundamente los propósitos declarados para la integración -en nuestro país- de la “Alianza por el Millón de Hectáreas Reforestadas”, y los sectores considerados para conformar dicha coalición, podríamos considerar que tenemos justificados motivos para que optimismo, alegría y satisfacción embarguen nuestro interior.

El tiempo propuesto para la realización de esta tarea es de dos décadas. Como ejecutores son contemplados el gobierno nacional, la empresa privada, grupos ecologistas y la sociedad civil.
Aunque neófito en la actividad agronómica, en mi condición de habitante de este hogar común llamado Tierra, resonaron en mi mente elucubraciones e interrogantes acerca de si   ¿tanto esfuerzo (multiplicado por miles) tendrá un final exitoso, sin que sus promotores dediquen la debida atención a seres que deberán fortalecerse, crecer y convertirse en numerosa cantidad de árboles adultos, beneficiando así -en alguna medida- el medio ambiente de Panamá?   

Dicha inquietud me motivó a buscar la opinión de alguien más versado que yo. Abordé al ingeniero agrónomo Pedro Rivera Ramos en relación a las posibilidades de éxito de la referida alianza, y en torno a la viabilidad de coronar victoriosamente  el aludido  proyecto/programa.

“No creo que esta alianza diste mucho, en su concepción u objetivos, de otros intentos de reforestar emprendidos en el pasado”, señaló Rivera Ramos. “No obstante, sería interesante saber ¿qué es lo que hace que sea diferente la actual?” Añadió que, en ese sentido, le surgían algunas inquietudes más:

Un programa de un millón de plantones en 20 años, corresponde a plantar mínimamente  50,000 plantas por año. Eso equivale /en dependencia de la especie/ a contar en una sola área, al cabo de 20 años, con una extensión de tierra entre 4,000 a 7,000 hectáreas.

Si fuesen áreas seleccionadas y separadas por grandes distancias, el seguimiento, resiembra o reposición, mantenimiento, protección, y sanidad hasta una edad en que puedan casi valerse por sí mismas, se dificultaría en gran medida.
Y se pregunta: ¿contarán acaso con el personal necesario para esos trabajos durante los primeros 5 a 8 años? Precisamente una de las principales razones que suelen dejar de ser consideradas y que explican el fracaso de otros ensayos.

¿Está diseñado para fomentar el monocultivo de árboles forestales de crecimiento rápido y aprovechamiento comercial con fines de lucro o apunta a desarrollar áreas donde crezcan una gran cantidad de variedades o especies criollas, algunas hasta en vías de extinción? El comercio ha demostrado ser altamente nocivo cuando de proteger al ambiente se trata.
                                                                                        














                                                                        



                                   








                                                                  

Preguntado sobre los métodos o mecanismos que serían recomendables para que se cumpla cabalmente con el objetivo de que -por lo menos- la mayoría de estos plantones lleguen a convertirse en fuertes árboles llenos de vida, dadores y contribuyentes del equilibrio de vida saludable y plena, indicó:

Pienso que deben ser incluidos árboles nativos, primordialmente los que están en vías de extinción. Un alto porcentaje deberían ser comestibles o frutales. Por otro lado, los residentes de comunidades cercanas debiesen ser vinculados al mantenimiento y cuidado de las áreas reforestadas. Salario digno, vivero de plantones próximo al área del programa, supervisión permanente. Esto, entre otras cosas, puede contribuir a disminuir la migración hacia los centros urbanos.

Al insistir sobre la suerte y el posible futuro de los “plantones recién sembrados” y ser consultado de si sería (o no) preferible que éstos fuesen objeto de cuidados y mantenimiento pertinente, contestó:

Definitivamente. No se trata de diseñar un programa de reforestación y priorizar la cantidad de plantones sembrados. Se trata quizás, de sembrar la cantidad que se puede atender con calidad y según los recursos disponibles.

Sobre el cuidado y “manutención” en instalaciones seguras, sencillas, económicas, precisó: “Los mejores viveros son los que se establecen en bolsas móviles y al descubierto. No se requieren grandes inversiones para ello y si cumplen con los objetivos principales”.

Consultado respecto a qué (y cómo) propondría, opinó que es necesario que a nivel del Estado se cree una empresa nacional de reforestación que vincule directamente a las comunidades de las áreas degradadas o necesitadas de recuperación. Redacción y fotos: Ángel Molina


                                                                                                            



 

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